En sus distintas facetas teóricas y prácticas, la antropología nos ofrece una analogía de la manera en que lo paranormal ha sido aprehendido o marginado en el paradigma racional de Occidente, sin entender que, en cierta forma, dichos fenómenos son solo otra forma de la normalidad de la conciencia humana.

 

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En nuestros días la categoría de lo paranormal es una de las más desprestigiadas por el paradigma racionalista que, después de muchos esfuerzos, terminó asentándose como el predominante para aprehender la realidad, para comprenderla, para convertir nuestras percepciones en premisas asequibles al entendimiento.

 

De esta manera, la racionalidad cartesiana busca expulsar de su reino todo lo que no concuerda con el método a partir del cual se pretende volver cognoscibles los fenómenos del mundo, una marginación que por lo regular deja fuera y además hace casi inexistente todo lo que no se ajusta a ese mecanismo epistémico.

 

En el sitio Reality Sandwich, Jack Hunter hace un interesante y completo recorrido sobre la manera en que la antropología ha estudiado la llamada paranormalidad, mostrándonos que las distintas maneras que ha tenido el ser humano de enfrentarse a fenómenos que exceden su horizonte de conocimiento hablan, en cierto modo, del cambio de actitud por parte de nuestra especie con respecto al mundo que nos rodea, un espectro que va de lo comprensivo a lo excluyente, del reconocimiento de la otredad como parte indispensable de este mundo a la arrogancia narcisista de quienes creen que su punto de vista es el único válido para dictaminar la realidad de las cosas.

 

De entrada Hunter nos dice que el término “paranormal” fue introducido a inicios del siglo XX para remplazar el de “sobrenatural” que comúnmente provenía de la terminología teológica para calificar los milagros divinos narrados en la Biblia, fueran los de Moisés o los de Jesús.

 

La separación obedeció a las investigaciones que los científicos del siglo XIX emprendieron en torno a fenómenos como la telepatía, las visiones, el espiritismo y otras similares, los cuales, creían, no estaban “sobre la naturaleza”, es decir, por encima de esta, ni tenían una relación divina, sino más bien se regían por otras leyes todavía no conocidas pero totalmente terrenales, “paranormales”.

 

En la antropología, continúa Hunter, la distinción entre natural y sobrenatural siempre se consideró inadecuada e incluso contradictoria cuando se confrontaba con otros marcos de pensamiento no pertenecientes a Occidente, con lo cual se entrevió ya el hecho de que, ante todo, se trataba de construcciones conceptuales totalmente contingentes, propias de una época y una sociedad, y en modo alguno susceptibles de considerarse verdades absolutas de validez universal.

 

gauguinEn años recientes, sin embargo, un poco gracias a planteamientos filosóficos que, por parafrasear a Leibniz, insisten en que este es no es el único mundo posible, la nuestra no es la única racionalidad que vuelve comprensible el universo, la noción de lo paranormal ha sido repensada. Rupert Sheldrake, por ejemplo, el célebre biólogo de Cambridge, prefiere el término “psíquico”, mucho más neutral y ajeno de las posibles dicotomías que se asocian a otros como normal o natural. Dicha reconceptualización busca, de alguna manera, salir del callejón cartesiano en el que la posición entre sobrenatural y materialidad se cree rasgo esencial del mundo natural.

 

No deja de ser interesante, sin embargo, que esa misma racionalidad encuentra sus propias válvulas de escape, justificaciones para estudiar esos mismos fenómenos pero sin perder la compostura moderna que está obligada a mantener siempre.

 

Así, la antropología, una ciencia que nació en el siglo XIX para estudiar al Otro en condiciones controladas, para reducir su visión de mundo a los parámetros de Occidente, se interesó casi desde el inicio en todas esas creencias que ahora se catalogan como paranormales o sobrenaturales, en buena medida porque se creía que en ellas se descubrirían los antecedentes de las grandes religiones.

 

Para E.B. Tylor (1832 – 1917), el primer antropólogo en la Universidad de Oxford, la creencia en lo paranormal de los “salvajes” podía explicarse por su capacidad defectuosa de inferencia, su poca habilidad para racionalizar sus experiencias en el mundo (de ahí que, por ejemplo, confundieran el sueño con la muerte y a partir de esta similitud elaboraran la creencia en una entidad que, viviendo en el interior de una persona, puede salir de esta en ciertas condiciones).

 

Más tarde, un alumno del académico, Andrew Lang, modificó un poco este punto de vista y propuse que las creencias paranormales no tenían por qué considerarse irracionales si estaban fundadas en experiencias genuinas, no malinterpretadas.

 

Ambos, Tylor y Lang, sentaron con sus estudios los enfoques predominantes con que la antropología y otras ciencias se aproximaron a los fenómenos paranormales, considerándolas, en esencia, resultado de un malentendido cognitivo.

 

En este sentido el quiebre llegaría varios años después con los influyentes libros de Carlos Castaneda, con los cuales lo paranormal volvió a convertirse en un tema de debate entre los antropólogos.

 

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Las experiencias de Castaneda con las plantas sagradas de efectos psicoactivos y su posterior recuento etnográfico fundaron una nueva rama dentro de esta ciencia social, la llamada “antropología de la experiencia” o “antropología de la consciencia”.

 

El célebre discípulo de Don Juan Matus mostró que, dentro y fuera de la antropología, eso que llamamos el mundo, la realidad, es de alguna manera el mundo y la realidad que cada uno de nosotros construye a partir de una compleja red en la que se entretejen lo subjetivo y lo social, lo que cada uno de nosotros percibe y aprehende y los lineamientos sociales a partir de los cuales se da esta percepción y aprehensión. La experiencia de la alteridad —que, entre otros recursos, permite el contacto con las sustancias psicoactivas— permite entrever esta diferencia pero también las zonas en común que toda esta miríada de perspectivas comparten.

 

Con estos antecedentes, la noción de normalidad se relativizó, sobre todo cuando se le aplicaba a la percepción. Lo paranormal solo era otra forma de la normalidad perceptual.

 

Así, la puerta estaba abierta para un desarrollo teórico apoyado en el concepto de la transpersonalización, según el cual un antropólogo sería capaz de incurrir en el doble juego del observante y el participante, de sentir en carne propia experiencias de transpersonalización y volver de ellas para diseccionarlas en sus patrones simbólicos, prácticos, cosmológicos, de cognición o religiosos.

 

En este marco, lo paranormal comenzó a comprenderse como un juego de reflejos entre el mundo y la conciencia, sin un juicio valorativo de por medio. Hunter recupera una cita de William James en la cual el gran filósofo y proto-psicólogo aseguró que “ningún recuento del universo en su totalidad puede ser terminante si deja desatendidas estas otras formas de conciencia”.

 

Al final, eso parece la paranormalidad: una forma de la conciencia humana que no se ajusta al paradigma dominante pero que no por ello es menos válida ni real.

 
Fuente: [Reality Sandwich]